lunes, 9 de abril de 2012

El Partido del Orgullo.

El aficionado de un equipo de primera espera el día del clásico. Ya sea nacional, regional o inventado, todos tienen uno. Este fin de semana pasado se jugaron dos de los tres más importantes de nuestro futbol. Ganaron Monterrey y América, la televisión nos muestra la alegría de los ganadores y la pena de los que salen derrotados. Ganar es siempre agradable, pero ¿qué tanto duele perder un clásico?

Realmente pega en el orgullo. Se puede perder con el peor equipo de la liga, un equipo puede salir goleado contra el que sea. Los otros se burlan y ya, solo dura (cuando mucho) una semana. Pero al momento de caer, aunque sea con la cara al sol, con el acérrimo rival; eso es un verdadero calvario. Un torneo entero esperando revancha, seis meses en los que no eres más que el perdedor. Los reclamos al árbitro no cuentan, se perdió el partido más importante del torneo regular. Se perdió la guerra en el campo. Se perdió la paternidad sobre el rival dentro de ese rectángulo verde que es testigo de los esfuerzos de nuestros guerreros.

Afuera de la alfombra que marca los límites de la zona de batalla, está el que espera nunca ser decepcionado. El amor en el futbol es igual o mayor que el amor en la vida cotidiana. Se siente, se llora, se grita, se sufre. Cuando un aficionado pierde un clásico es como si le cortaran los brazos, no puede alzarlos mientras tenga al rival en frente. Es como una pesadilla que tarda en olvidar. Lo único que desea ese fiel seguidor de los colores derrotados es que transcurran seis meses y tener la oportunidad de saborear la gloria, de ver hacia abajo al contrincante.

La semana entrante podrá golear a otro equipo, pero el clásico se perdió y eso dura un buen rato.

Aquí, desde el sillón, deseamos que sea corta la espera al siguiente clásico para los seguidores de Chivas y de Tigres.

AP

El comentario de los clásicos ¡AQUÍ!

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